Hoy hablaremos de una de las cosas que más nos gustan en The Mood Project, de marca.
La teoría la tenemos clara. La marca comercial tiene un objetivo indudable: identificarse y distinguirse del resto de productos y servicios que hay en el mercado. La marca es, además, nuestro abanderado. Transmite nuestra esencia, nuestra forma de hacer y de ser, nuestro estilo. Y por si fuera poco, nos posiciona en la mente del consumidor. Todo lo que hagamos quedará grabado en su memoria. Esta es, por lo tanto, una oportunidad de oro que no podemos dejar escapar.
Es cierto que existe un riesgo de hacerlo mal y de que eso quede ahí, pero si creemos en nuestro producto o servicio y creemos en nuestra empresa y trabajamos en el proyecto a fondo, la posibilidad de hacerlo bien es mucho mayor que la posibilidad de equivocarse.
La marca es mucho más que una imagen, un lema o una filosofía. Es una promesa. Es esa experiencia que le prometemos al cliente que va a vivir si confía en nosotros. No importa lo que diga el resto, nosotros somos lo que está buscando, lo que realmente necesita.
Podemos captar a un cliente con nuestra promesa de marca, podemos prometerle que no hay nada que se adapte mejor a sus necesidades que nuestro servicio o producto. Pero una cosa importante es que no debemos decepcionarlo. Cuando hacemos una promesa corremos el riesgo de incumplirla, o lo que es lo mismo, corremos el riesgo de proporcionar una experiencia de marca insatisfactoria, de decepcionar. Y quién sabe si será para siempre.
La cuestión es prometer y cumplir con la mejor experiencia. ¿La forma de conseguirlo? Convirtiéndote en una marca fuerte.
No es sólo quién eres y cómo te llamas. Si quieres que te quieran, tendrás que fijarte en la huella que dejas.