Ponte en la piel de un responsable de recursos humanos. Montones de currículums inundan tu mesa y tu bandeja de entrada. Y todo para cubrir un solo puesto de trabajo. Comienzas a revisarlos y te das cuenta de que aunque existen algunos matices, más o menos, todos los candidatos tienen un perfil similar y un recorrido parecido. ¿Cómo tomas la decisión?
No te queda otra que averiguar más sobre ellos. Una vez inicias el proceso de entrevistas te das cuenta de que, dados unos conocimientos y una experiencia mínimos, lo que te llama más la atención de las personas son sus ganas de empezar, el potencial encaje de su personalidad con la del resto de miembros del equipo, la honestidad a la hora de hablar, su simpatía y, sobre todo, su alineación total con la visión y los valores de tu empresa. En definitiva, lo que acaba inclinando la balanza y conectando contigo, más allá de lo racional, son aquellos detalles que suman; o dicho de otra forma: el valor añadido que pueden aportar a la organización.
Algo así les pasa a las marcas, las cuales, en general, tienen que competir en mercados cada vez más atomizados. Y es que, ya sea porque el producto en sí no permite muchas innovaciones o por otros factores contextuales (como la inflación descontrolada o la escasez de materiales y la evidente presión que eso ejerce en su cuenta de resultados), las posibilidades de diferenciarse a través de su oferta son progresivamente más limitadas.
En cualquiera de los casos, esto provoca que exista una necesidad vital de llegar a sus audiencias a través de aportarles un valor añadido que gire alrededor de su producto y sea capaz de elevarlo para conectar estrechamente con sus motivaciones, principios y estilos de vida.
El mercado de las aguas
Vayámonos a un extremo para entenderlo mejor: el agua; un producto que, aunque los de paladar entrenado puedan diferir, en esencia, es difícil de diferenciar partiendo únicamente de sus atributos y cualidades organolépticas (sabor, olor, textura, etc.). ¿Cómo conectan entonces las marcas con su público? Efectivamente, better call Mr. Added Value.
En el mercado nacional, concretamente, tenemos diferentes ejemplos. Por un lado tenemos aquellas marcas de agua que apelan al origen y a la cultura de la tierra en la que se encuentran los manantiales de los que brota su agua para conectar desde algo tan profundo como los rasgos que construyen una identidad.
Solán de Cabras, por ejemplo, extiende el concepto de la pureza de su agua de Soria para hablar de un bienestar natural en el que puedas conectar contigo mismo. Viladrau entiende el agua como la energía que nos mueve, un movimiento que nos mantiene activos en nuestro día a día y que conecta con la manera de vivir de su zona. Sant Aniol, de La Garrotxa, una de las áreas volcánicas más importantes de nuestro territorio, se apoya en ese hecho para construir una identidad local, con espíritu volcánico, compartida con los habitantes de la región.
Por otro lado, siguiendo en el mundo del origen pero desde una perspectiva más racional, otras marcas construyen su discurso a través de la composición única que confiere la naturaleza de la zona a su agua. Font d’Or, entre otros, habla de las propiedades minerales únicas e invariables que aporta su manantial situado en Sant Hilari Sacalm.
Si cambiamos origen por beneficio, nos encontramos con más aproximaciones. Bezoya, concretamente, a partir de su concepto de mineralización muy débil, ha conseguido ser una opción prioritaria para, por ejemplo, futuras mamás que quieran cuidar de su salud y la de su bebé.
Por último, si al mundo de los beneficios le añadimos una capa de estilo de vida nos aparecen nuevos ejemplos. Aquabona, así, centra sus esfuerzos en defender una manera de vivir más sostenible y respetuosa con la naturaleza.
Seguro que ahora muchos estaréis pensando, ¿entonces solo con un discurso es suficiente para generar el tan ansiado valor añadido? Y la respuesta es clara: no.
Si queremos establecer un vínculo real con nuestro público, el valor añadido no puede ni debe ser nunca una fachada. El valor añadido nace y se genera a partir de un compromiso ineludible de las marcas con su propósito que debe ir más allá de una declaración de intenciones para dar paso a una declaración de acciones. Dicho de otra forma: no va de decir; va de decir y actuar en consecuencia.
Por poner un ejemplo, Bezoya ofrece apoyo y contenido específico orientado a ayudar a las futuras mamás a prepararse de cara al parto, el post-parto y la crianza de su bebé y Viladrau, durante la pandemia, se movió para apoyar diferentes iniciativas que tenían como objetivo reactivar el turismo y la hostelería local.
Y es que, si te vuelvo a pedir que te pongas en la piel del responsable de recursos humanos, ¿cuánto duraría en tu equipo la persona elegida si su valor añadido solo se basara en palabras y no en acciones?
Desde The Mood Project te ayudamos a crear marcas sólidas, que aportan valor añadido y diferenciación respecto a los competidores. Contáctanos para revisar juntos tu marca y ver si está contribuyendo al crecimiento de tu negocio.