Cada vez que mi madre me dice acerca de un anuncio, “no hagas caso, eso es marketing”, me está tratando de decir que me están engañando. Hoy las palabras marketing y publicidad son sinónimos de mentira. Detestamos que se nos intente vender algo. Esto nos deja en un lugar complicado a los publicistas y marquetinianos.
Hace poco, estuve reunida con colegas de la profesión y hablábamos sobre los códigos de comunicación para estos tiempos difíciles. Y me sorprende cómo todavía seguimos hablando de dejar a un lado lo racional y atacar exclusivamente a la emoción. Parece que lo único que busca el consumidor es evadirse y está dispuesto a tragarse cualquier cuento chino que le haga olvidar esa realidad atormentada en la que vive. Pero es que nadie se acuerda del fracaso rotundo de la campaña estoloarreglamosentrenosotros.org, en la que el Consejo Superior de Cámaras de Comercio de España y de 18 importantes empresas españolas invirtieron 4 millones de € para contagiar confianza y fomentar las actitudes positivas entre la ciudadanía.
La famosa frase de Ogilvy “El consumidor no es tonto, podría ser tu mujer” es más actual que nunca.
No hay duda de que la emoción es básica para construir una marca, pero si de verdad queremos llegar al corazón de nuestros consumidores, debemos pensar en emociones capaces de transmitir autenticidad y coherencia. En un estudio reciente de Creafutur, nos develan cómo el ciudadano de hoy valora más que nunca el compromiso de las empresas.
1. “Compromiso para ofrecer una mayor calidad funcional”
2. “Compromiso para solucionar problemas de ciudadanos en vez de seducir a consumidores”
3. “Compromiso con la propia actividad en vez de lavarse las manos con aspectos periféricos”.
Estamos ante un consumidor ciudadano, por tanto debemos comportarnos como empresas que hablan y actúan de forma ciudadana.