Se cuenta que uno de los ejemplos más antiguos de “diseño masivo” lo protagonizó el primer Emperador de China quien, durante sus guerras de conquista, se dio cuenta de que perdía montones de material cada vez que moría un arquero. Me explico: por aquella época, cada arquero se hacía su arco y sus flechas (fabricación manual y personalizada). Cuando un arquero moría en plena batalla, los otros no podían usar sus flechas porque éstas no servían para sus arcos, ni estaban acostumbrados al peso, a los materiales, etc. El Emperador reunió a sus consejeros y, tras poner en común la problemática, descubrieron que si estandarizaban la producción tanto de arcos como de flechas, todos los arqueros entrenarían con el mismo material y en las batallas no se desperdiciaría tanto armamento.
Podríamos decir que el primer Emperador fue uno de los precursores del diseño industrial. Pero a día de hoy, los avances tecnológicos y la exigencia de los usuarios, quienes nos hemos acostumbrado a tener todo lo que queremos y además cuando lo queremos, hace que la carrera hacia la producción masiva vire su rumbo para detenerse (no sabemos por cuánto tiempo) en la personalización. Surge, y cada día está más al alcance de cada uno de nosotros, un diseño más responsable y personalizado.
Desde el momento en que nos levantamos, todo lo que tocamos, cualquier objeto con el que interactuamos está diseñado de una forma u otra: la cama, las sábanas, el cepillo de dientes, la papelera, la cuchara, la taza, las llaves, el llavero; TODO. Alguien reflexionó sobre ese objeto, necesario o meramente decorativo, y pensó en cómo íbamos a interactuar con él, qué necesidad iba a cubrir, cómo nos iba a facilitar o mejorar la vida. Y además, qué historia iba a contar.
Henry Ford dijo: “Every object tells a story, if you know how to read it”. Esta frase en esa época era “palpable” ya que la gran mayoría de los objetos se hacía de forma manual. Pero más adelante, ha habido muuuuchos años en los que esta frase ha carecido de sentido salvo para el primer objeto, el prototipo. Luego llegaba la producción en masa y, poco a poco con cada nueva copia, la historia del objeto iba desapareciendo.
Gracias a los avances tecnológicos, a las exigencias de los usuarios y al renovado aprecio por lo personalizado, la frase de Henry Ford está retomando fuerza. Encontramos ejemplos de esta “nueva era” en muchos sitios: la impresión en 3D se empieza a democratizar, crecen negocios en los que se mezcla la creatividad del diseñador con la manufactura y con la personalidad de quien utilizará el objeto: tazas personalizadas, camisetas con mensaje… Estamos tan “saturados” de tener todo lo que queremos, que buscamos tener cosas únicas, que sean reflejo de nuestra personalidad.
Tras la era de la masificación y la globalización, vivimos la era de la fabricación local, del consumo responsable. Una era en la que tanto la tecnología como los propios avances de la sociedad nos permiten crear cosas más adecuadas para cada uno. Veremos hasta dónde somos capaces de llegar y cómo el diseño sigue mejorando nuestras vidas.