Parece que tener acceso a tanta información y vivir una crisis económica nos está volviendo más inteligentes, al menos como consumidores. Actualmente nuestra forma de comprar muta constantemente, se adapta a lo que buscamos. Este fenómeno es conocido como patrón de consumo híbrido.
¿Quién no ha consultado su smartphone de última generación mientras hacía la compra en Día o Lidl, por ejemplo? Quién no ha volado con Ryanair para terminar el día disfrutando de un hotel de 4 estrellas? ¿Quién no ha mezclado prendas de Zara con marcas de primer nivel? Pasamos de un segmento a otro casi sin darnos cuenta.
En alimentación, 1 de cada 2 productos vendidos son de marca blanca. En moda y complementos, 7 de cada 10 españoles estamos dispuestos a comprar la misma marca pero buscando el mejor precio. En restauración, casi la mitad de los españoles hemos vuelto al tupper. En perfumería y cosmética, en cambio, preferimos reducir la frecuencia de compra y seguir usando nuestra marca favorita.
“Hemos aprendido a revaluar lo que es importante para nosotros y redefinir el valor de los productos que consumimos.”
Se podría pensar que semejante cambio es temporal, que una vez pasado el bache volveremos a nuestras antiguas costumbres. Pero es mucho más probable que estos cambios vayan más allá de la actual coyuntura económica, pues hemos aprendido a revaluar lo que es importante para nosotros y redefinir el valor de los productos que consumimos.
La realidad es que ya no pagamos más por productos que consideramos puramente funcionales. Sólo estamos dispuestos a ello cuando nos ofrecen un valor añadido, un elemento relevante, sobretodo si es una experiencia. En definitiva, encontrar el producto o servicio con la mejor relación calidad precio se ha convertido casi en un desafío necesario y emocionante en nuestras compras.