Andaba yo chequeando el otro día mi cuenta bancaria cuando me di cuenta (más bien tomé conciencia) de que al lado de las clásicas facturas de la luz, el agua, el teléfono e Internet (curioso que la gran red ya sea un clásico…¡cómo hemos cambiado!) ahora podía encontrar una serie de cargos recurrentes con nombre propio: Netflix y Spotify. Cargos que, de la misma manera que sucede con los suministros del hogar, pago religiosamente mes a mes y que tienen algo en común: proceden de marcas que basan su modelo en la suscripción.
En el preciso instante en el que asimilé este hecho, me vinieron a la cabeza tres preguntas: ¿en qué momento pasé a pagar por algo que hasta el momento había sido gratuito (no nos engañemos, la piratería estaba y está ahí)?, ¿por qué no solo pago por ello, sino que lo automatizo y lo integro de manera perenne en mis costes mensuales? Y, por último: ¿qué han tenido que ver en todo esto las marcas?
Como comprenderéis, no podía quedarme sin conocer las respuestas así que ¡veamos si existen! ¿En qué momento pasé a pagar por algo que hasta el momento había sido gratuito?
En un primer momento, el ancho de banda y la consecuente aparición del streaming nos introdujeron el gusanillo al descubrirnos un mundo desconocido hasta el momento: ahora ya no teníamos que ver ni escuchar lo que nos ponían en la tele o en la radio… ¡ahora éramos nosotros los que decidíamos dónde, cuándo y qué ver o escuchar!
La gran mayoría de productoras y distribuidoras de contenido no fueron al ritmo que dictaba la sociedad, incapaces de cubrir unas demandas que pedían a gritos elegir qué material consumir. Es aquí, en pleno apogeo de la piratería, cuando aparecieron una serie de plataformas de streaming especialmente creadas para salvar ese gap. Un servicio que, bien es cierto, satisfacía el ansia de contenido pero que, por otro lado, minaba considerablemente nuestra paciencia: publicidad invasiva, miles de millones de segundos de espera, baja calidad de imagen y sonido, subtítulos en coreano cuando ya tenías el capítulo cargado, cortes en el momento más emocionante y un largo etcétera.
Y aquí aparecen los servicios de Spotify y Netflix. La primera, siendo una de las primeras compañías en apostar desde su creación, allá por el 2006, por el streaming musical y, la segunda, arriesgándose en 2007 a cambiar su modelo de negocio, hasta el momento basado en la suscripción online para alquilar y recibir DVD físicos en casa, por el modelo de streaming de vídeo online.
¿Y qué tienen de diferente estos servicios? Pues que la oferta de ambas marcas se ha ido construyendo sobre la base de cuatro premisas: comodidad, movilidad, personalización y alta calidad. Una comodidad que te permite disfrutar de manera inmediata del contenido allá dónde estés y con el dispositivo que quieras, a la vez que cancelar y reincorporarte al servicio siempre que desees, una personalización que te orienta y te recomienda contenido automáticamente a partir de tus gustos para que sigas ampliando tus fronteras de conocimiento (¡sin mover ni un dedo!) y una alta calidad que hace que disfrutes al máximo de lo que consumes. ¡Clinc, clinc!
¿Por qué no solo pago por ello, sino que lo automatizo y lo integro de manera perenne en mis costes mensuales?
Los costes fijos de una persona son una señal inequívoca que identifica los básicos fundamentales de su vida. Por ello, cuando algo deja de ser un coste variable para convertirse en un coste fijo es porque un hábito determinado se ha convertido en una necesidad.
En términos globales, hoy somos personas únicas, conectadas, en constante movimiento y empoderadas. Es por eso que tanto Netflix como Spotify son nuestras facturas de hoy. Como si de una cebolla se tratara, forman parte de una nueva capa de requisitos indispensables en nuestras vidas. Y desde luego no será la última, generación tras generación nuevos costes fijos aparecerán para dar constancia de lo que precisamos sí o sí para vivir.
¿Qué han tenido que ver en todo esto las marcas?
Las marcas atienden necesidades vitales de las personas. Por ello, guiadas por su propósito (no os perdáis las reflexiones de Joan Collado al respecto en “Show me your purpose!”), van más allá del producto y del servicio para conectar con una manera de ver y entender la vida.
Por un lado, Spotify lo tiene claro: “Música para todos”. Una propuesta que trata de democratizar el universo musical poniendo al alcance de todo el mundo un catálogo prácticamente inacabable y, a su vez, dando la posibilidad a todo tipo de artistas de utilizar su plataforma para dar a conocer sus canciones a nivel mundial.
Por otro lado, Netflix nos habla directamente: “Sé original”. Una idea que ha guiado, sin duda, su evolución como marca. ¿Por qué?
En términos de público porque han conseguido trasladar su actitud a través de la antes mencionada personalización, haciendo que cada panel principal de Netflix sea diferente en función de cada persona.
En términos de negocio, porque ahora ya no es solo un servicio de streaming de contenido online. Ahora es también una productora de contenidos en toda regla. Así, la creación de contenido original y propio es el camino que ha seguido la marca estos últimos años, generando bombazos mundiales como Stranger Things o Narcos (entre otros muchos). Este contenido, como os podéis imaginar, es ya un factor determinante a la hora de elegir Netflix antes que otras opciones de la competencia.
De esta manera, y una vez contestadas las tres grandes preguntas, aparece una gran conclusión: además de tener un producto y un servicio excelente, para ser nuestras facturas de mañana, este tipo de empresas deben suscribirse a su marca hoy. Y es que solo así conseguirán tener una hoja de ruta clara que las guíe en su crecimiento y las ayude a entendernos, a conectar con nosotros y convertirse, finalmente, en un básico fundamental e irremplazable en nuestras vidas… y en nuestras cuentas bancarias.